Monday, June 01, 2009

Lunes 31 de enero de 1994.
Luciana y yo fuimos a González. Como tenía hambre comí en la central unos tacos. Es la primera vez que me bajo en González (al menos no a jugar con el equipo de voli), la carretera está pésima, angosta y polvorienta. Visitamos, después de dejar un exhorto en el Juzgado Mixto, el Palacio Municipal, la plaza. La biblioteca estaba cerrada, nos quedamos con el deseo de entrar. Me llamaron la atención los menonitas, tan aislados en sí, tan enigmáticos con sus rostros bien parecidos y fríos. A la una llegamos al despacho. Empezó la brizna.
Por la tarde, renté la película Miroslava en Multivideo y de ahí a la biblioteca, empecé la novela de Mario Vargas Llosa.
Luego fui a la Agencia, antes me metí a un Arteli de Alfaro para comer. Una joven llamada Sandra me hizo reír varias veces con su actitud, tiene voz recia, es inquieta y olvidadiza, se le olvidó sacar pronto de la plancha las tortillas de harina, quedaron tostadas y luego me dijo con mirada apenada ¿le gustan tostadas?, respondí que no me importaba, después le pedí un café, y le salió muy frío, lo metió al horno y se sobrecalentó, y me dijo apenada ¿está muy caliente?, a mí no me gusta caliente, me quema la lengua, le pedí una cuchara, me la dio, luego se puso a barrer y pasó un muchacho -el gerente- por ahí, y ella retrocedió un poco mirándolo como buscando su mirada. Se acercó por mi lugar para barrer y sin preguntárselo me dijo que estaban muy activos por el inventario de la mercancía, que estaba ahí desde la nueve y se iría a las 10 de la noche. Le pregunté si se sofocaba por estar todo el día trabajando en un lugar cerrado. No, me dijo, hay personas que me lo hacen no sofocado. ¿Cómo él? Le indiqué al gerente. Se sorprendió. ¿Cómo adivinaste?, ¿se nota?. Nada más adiviné, contesté.

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