Mi papá solía cantarnos “Qué será”. Esta canción se convirtió en casi un himno para nosotros. A mis cinco años se me hacía muy dulce aquella frase, “y una niña de mi pueblo, llorará…”. Jesús Torres Romero tenía un timbre muy armonioso, cómo me gustaba oírlo cantar en la regadera, su repertorio abarcaba canciones hechas éxitos por Infante y Solís. Recuerdo que una noche llegó a casa con un aparato electrónico, y sentaditos ahí en la cama, nos dijo que habláramos de lo que fuera, así lo hicimos y después él pulsó varios botones y escuchamos maravillados todo lo que habíamos dicho. Son cosas inolvidables. Grabamos bobada y media. En un casete Chucho recitó un poema: “Buenos días compañeritos, buenos días a todos doy, qué felices estaremos, trabajando el día de hoy”, Malena cantó algo de las jícaras, “jícaras de mi corazón…” aún tengo el sonsonete en la cabeza. Carlos cantó Qué será. Cuando me toca el turno, invento una letra, algo de que el sol, las flores, y no sé que rayos más, que al terminar, me dicen, y ésta ha sido Sandra la loca.
Era y sigue siendo muy raro escuchar cantar a mi mamá, pero le gustaba escucharnos, y siempre procuró en nuestros cumpleaños levantarnos con las mañanitas, ya fuesen de Pedro Infante o de Cepillín. Poco después de la grabadora, compraron una consola y la sala se volvió el punto de reunión y claro, de disputa. Nos compraron elepés de tantos cantantes, melodías y cuentos que escuchábamos una y otra vez. Ya después, de lo que ahorrábamos, cada quien se compraba el disco que deseara. Los setentas y ochentas pasaron dando vueltas en ese círculo bajo la aguja, que me conmueve ahora el que esos mismos discos que nos dieron tanta alegría, estén ahí, empolvados y sin vida. Y la consola, qué decir de la consola, está a punto de caer de apolillada.
Si bien, nos identificamos con la de “Qué será”, cada canción tiene su historia registrada en nuestro inventario personal. Eso sí, los cuatro hermanos cantamos, en la regadera, en las reuniones; es algo irrefrenable, tras recordar una canción viene ya la otra pisándole los talones y un cantante, una época nos remiten a otros, a otras… Tenemos grabadas tantas letras de canciones en nuestras mentes que no sabemos luego qué hacer con tantas emociones que nos arrojan, así no las hayamos sentido aún- y eso es lo realmente interesante; penetrar en sus recovecos y tras experiencias personales sentirnos identificados- pero las cantamos con tanto sentimiento, que luego los otros se nos quedan viendo con cara de “y ahora qué mosca te picó”. En ese aspecto nuestros padres nos curaron desde niños contra el miedo a quedar en ridículo. Cómo. Muy simple. Nos dejaron simplemente cantar y bailar a nuestras anchas frente a la consola. Trazamos giros al compás del chachachá, del rock and roll, de la música disco, del break dance. Yo no podré bailar del brazo de otro, casi no me gusta, pero disfruto tanto bailar suelto y más cuando escucho toda esa música que me acompaña de muy distintas maneras.
Una canción, letra y música, debe deslizarse en mí sutilmente en su primicia- a veces se apropia de tal manera centelleante y sin pedir permiso, tomándome desprevenida en cualquier lugar o situación y desarmándome hasta la última nota- y luego repetirse una y otra vez, para saborearla, disfrutar cada línea, y de ser preciso transcribirla para memorizar cada palabra, que encaje en cada tono sugerido, y hacerla plenamente mía. Donna Summer tiene su lugar, y con ella vienen a mi mente muchos recuerdos del balneario en Alamo, Last Dance (y el reflejo del sol entre mis húmedas pestañas); Germaine y los Angeles Negros, cómo me gustaba esa canción de “Como quisiera decirte”, (prematura nostalgia; drama, drama, drama; o para algunos, simple música kitsch) hay muchas, Funky Town, Linda y Ensayo de Miguel Bosé, Seguía Lloviendo Afuera, de Emmanuel, Me basta y Gracias de José José -y esas noches lluviosas vuelven a mí-, Richi et poveri, Mentira, de Amanda Miguel (la escuché por vez primera en Tuxpan, en la sala de mi tía Tere), Ella se llamaba Martha, de Napoleón, Como una ola, de Rocío Jurado, Te quiero tanto, de Iván, y ésa de él que decía “bajo los caracoles de tus cabellos...” Lo sé. No son las grandes letras ni melodías pero hay para mí algo de especial en ellas. Cada letra anida en el tiempo. Hay canciones de ciertas épocas que por equis razón me negué a escucharlas- simplemente las oía- o el estar invadida de ocupaciones y preocupaciones, hizo que fuesen mera música de fondo; y ahora sus letras -que para mí permanecieron inéditas- a destiempo las descubro y me digo qué tonta, prejuiciosa y sorda fui.
El “Qué será”, continúa rondándonos. Mi papá nos dedicó esos momentos, me atrevo a decir, con la idea de sembrar en nosotros un buen árbol en donde cobijarnos en nuestros momentos más tristes, y lo logró.
Era y sigue siendo muy raro escuchar cantar a mi mamá, pero le gustaba escucharnos, y siempre procuró en nuestros cumpleaños levantarnos con las mañanitas, ya fuesen de Pedro Infante o de Cepillín. Poco después de la grabadora, compraron una consola y la sala se volvió el punto de reunión y claro, de disputa. Nos compraron elepés de tantos cantantes, melodías y cuentos que escuchábamos una y otra vez. Ya después, de lo que ahorrábamos, cada quien se compraba el disco que deseara. Los setentas y ochentas pasaron dando vueltas en ese círculo bajo la aguja, que me conmueve ahora el que esos mismos discos que nos dieron tanta alegría, estén ahí, empolvados y sin vida. Y la consola, qué decir de la consola, está a punto de caer de apolillada.
Si bien, nos identificamos con la de “Qué será”, cada canción tiene su historia registrada en nuestro inventario personal. Eso sí, los cuatro hermanos cantamos, en la regadera, en las reuniones; es algo irrefrenable, tras recordar una canción viene ya la otra pisándole los talones y un cantante, una época nos remiten a otros, a otras… Tenemos grabadas tantas letras de canciones en nuestras mentes que no sabemos luego qué hacer con tantas emociones que nos arrojan, así no las hayamos sentido aún- y eso es lo realmente interesante; penetrar en sus recovecos y tras experiencias personales sentirnos identificados- pero las cantamos con tanto sentimiento, que luego los otros se nos quedan viendo con cara de “y ahora qué mosca te picó”. En ese aspecto nuestros padres nos curaron desde niños contra el miedo a quedar en ridículo. Cómo. Muy simple. Nos dejaron simplemente cantar y bailar a nuestras anchas frente a la consola. Trazamos giros al compás del chachachá, del rock and roll, de la música disco, del break dance. Yo no podré bailar del brazo de otro, casi no me gusta, pero disfruto tanto bailar suelto y más cuando escucho toda esa música que me acompaña de muy distintas maneras.
Una canción, letra y música, debe deslizarse en mí sutilmente en su primicia- a veces se apropia de tal manera centelleante y sin pedir permiso, tomándome desprevenida en cualquier lugar o situación y desarmándome hasta la última nota- y luego repetirse una y otra vez, para saborearla, disfrutar cada línea, y de ser preciso transcribirla para memorizar cada palabra, que encaje en cada tono sugerido, y hacerla plenamente mía. Donna Summer tiene su lugar, y con ella vienen a mi mente muchos recuerdos del balneario en Alamo, Last Dance (y el reflejo del sol entre mis húmedas pestañas); Germaine y los Angeles Negros, cómo me gustaba esa canción de “Como quisiera decirte”, (prematura nostalgia; drama, drama, drama; o para algunos, simple música kitsch) hay muchas, Funky Town, Linda y Ensayo de Miguel Bosé, Seguía Lloviendo Afuera, de Emmanuel, Me basta y Gracias de José José -y esas noches lluviosas vuelven a mí-, Richi et poveri, Mentira, de Amanda Miguel (la escuché por vez primera en Tuxpan, en la sala de mi tía Tere), Ella se llamaba Martha, de Napoleón, Como una ola, de Rocío Jurado, Te quiero tanto, de Iván, y ésa de él que decía “bajo los caracoles de tus cabellos...” Lo sé. No son las grandes letras ni melodías pero hay para mí algo de especial en ellas. Cada letra anida en el tiempo. Hay canciones de ciertas épocas que por equis razón me negué a escucharlas- simplemente las oía- o el estar invadida de ocupaciones y preocupaciones, hizo que fuesen mera música de fondo; y ahora sus letras -que para mí permanecieron inéditas- a destiempo las descubro y me digo qué tonta, prejuiciosa y sorda fui.
El “Qué será”, continúa rondándonos. Mi papá nos dedicó esos momentos, me atrevo a decir, con la idea de sembrar en nosotros un buen árbol en donde cobijarnos en nuestros momentos más tristes, y lo logró.
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