Monday, February 23, 2015

No cabe duda de cómo en un funeral se pasa del llanto a la risa en un instante. Cuando abrí la boca y dije aquello ante los presentes- por fortuna a esa hora de la madrugada, éramos unos cuantos-la hija de la difunta me miró con el ceño fruncido. Ya lo había dicho y no había manera de borrarlo de sus mentes. Fue un momento tragicómico. Juan ni respingó. Por supuesto. el decoro exigía que llevara todo a terreno neutro, hablar sobre el clima, el horario de los rezos, y no escarbar más en terreno pantanoso. Pero cuando algo me es embarazoso, estando en plena escena, es difícil cortar de tajo. Y, en vez de meter la cabeza en un agujero, expresé algo que tensó más el ambiente. La hija mudó de semblante, tardó unos segundos en reponerse y luego, me miró con una sonrisa en sus labios, como sabedora de tener enfrente a una absoluta CPI, sin la mala leche de otros, y llevó entonces la conversación a otro punto, algo que agradecimos todos.
Cómo la muerte y la vida se entrelazaron en una pequeña sala este lunes por la madrugada. Atando cabos, siguiendo rutas, resulta que terminamos  hasta siendo parientes lejanos, que la difunta era de Álamo, y su hermanastro, un primo de mi mamá. 

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