Tantas cosas sin registrar en Julio. La experiencia de las elecciones, sumarse a millones de indignados por esa farsa de “democracia” que nos quieren endilgar e imponer. El Bosón de Higgs, imposible no maravillarse ante ese encadenado y condenado esfuerzo humano por tratar de disipar un misterio, y en haber sido tan sólo un par de ojos más que tras la fría pantalla del ordenador miraron cómo el mismísimo 4 de julio fue tema actualizado en Wikipendia y demás sitios de divulgación, al instante de vivirse por los protagonistas, eso y lo del robot en Marte parecen temas arrancados de la ciencia ficción. Ya me imagino discutiendo con mi amiga Delia, ella cuestionaría para qué gastar dinero en todo eso si hay tantas necesidades que el ser humano no ha cubierto, que es incapaz de resolver.

Por otro lado, la vida familiar, los altibajos económicos, llegar a las vacaciones sin un quinto, pero eso sí, tener ganas tremendas de vivirlas o sobrevivirlas. La fiesta de J y A, y ese claroscuro de la inseguridad que se vive en este país; la alegría opacada y el sentimiento de rebelión contra los males que se ciernen a nuestro alrededor, (Ernesto, comparto tu opinión, hay que combatirlos). Gracias M. y B. por concederme el honor de dirigir el brindis, soy mala para los discursos pero eso sí, fue con mucho feeling. J y A, lqmc.

Y qué decir de la fiesta del Centenario; gracias tía Rocío por realizar su sueño, piezas de un rompecabezas que poco a poco logró armar para mostrarnos un bello panorama de nuestras raíces, el cual disfrutamos tanto, colaborando un poquito cada quien. Fuimos generaciones en acción, qué trabajo de investigación en el árbol genealógico, en el diario, las invitaciones de mi tía Blanca, el bullicio en el arreglo del salón, la selección y proyección de imágenes, los pequeños pero grandes detalles, la recepción de las bellas edecanes, los distintivos, los emotivos discursos de las tías, Rocío, Dora, Carmen, ¿Geazul?, de mi prima Elizabeth, de Malena, de mi tío Rafael. Del correr para tomarse la foto y quedar congelados en una imagen. Bajo el zapote, Paty me contó su sueño premonitorio que cobró realidad en el huerto, nuestra gente (finada) entrando al salón de fiesta, conviviendo unos con otros; pues, ahí en el sueño nosotros estábamos junto a ellos, y afuera ellos entre nosotros, juntos finalmente. En eso, tía, usted se acercó, me entregó un ejemplar del diario de Rosalino Torres, y nos abrazamos. Fue un momento mágico. Nunca olvidaré ése y otros momentos. Mi mamá bailando en la pista, JC y Madame absorbiéndolo todo como esponjitas, lo del dinero de la orquesta, la colocación de las mesas, el borrachito que quería quedarse con una foto de recuerdo, la tía Elizabeth que no lo dejó, los chicos en la cantina, la imagen de las primas, de Bruno, Liliana, Nancy, Martha, de mi abuelita Aurea y los Herrera, los Romero, de la gran familia de mi tío abuelo Adrián Torres, de los amigos de mi tía Rocío, de la media rueda que hicimos en la madrugada, platicando y discutiendo de todo un poco (lo que en la madrugada pasada lo hicimos cantando). Paco, ese chiste negro sobre Cerati sólo te lo paso a ti. Y bueno, ya a las seis, quedaba esperar el zacahuil. No me sumé a las filas de los que fueron al cementerio y luego a casa de mi tía Julia, porque creo que me hizo mal la chanfaina, y preferí quedarme a lo seguro. Eso sí, fui por un café decente para acompañar el zacahuil.
Luego, vinieron esos días de las Olimpiadas en Londres, del improvisado taller literario en la Biblioteca y Casa de Cultura, de la promesa de hacer algo, de compartir experiencias. Unos partidos de voli en la pista, unas tardes en el Campo Chao, tirarnos al pasto y ver la noche caer. Dar unas vueltas al campo con Malena y platicar del trabajo, del teatro, de sus planes. Celebrar con Bita y Be de sus nuevos trabajos. Caminar con nostalgia por esas calles y caminitos que recorrí de niña y que poco a poco tomaron otro rostro. Y cómo al paso, miro a un viejo conocido durmiendo en su hamaca en el patio; parece extenuado, sé de su regreso tras recorrer un incesante camino, y la casa a la que llega está en ruinas. Me pregunto de dónde va a sacar fuerzas para remontar. Quizá es sólo mi impresión. Tal vez ese lugar es su remanso. Lo cierto es que a la vuelta de la esquina, Julio se esfumó. Y cuando escribo esto, agosto se consume.


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