En su ensayo “De los libros”, Montaigne refiere que entre los libros de mero entretenimiento que le placen están el Decamerón de Boccaccio, el de Rabelais, y los Besos, de Juan Segundo. Entiendo por qué el hombre estaba tan bien acompañado en su torre. Los cuentos de Boccaccio arrancan risas pícaras. Pero los Besos, este tratado de besos del poeta holandés, lo que arrancan son suspiros, como los poemas de Cátulo, Safo, Petrarca o Cavafis. De los 19 besos, recorto estos fragmentos. El beso décimo no tiene nombre.
II
Como la vid al álamo vecino
lasciva yedra al encumbrado roble
con sus inmensos brazos retorcida
estrechan amorosos;
así mi cuello estrecha con los tuyos:
II
Como la vid al álamo vecino
lasciva yedra al encumbrado roble
con sus inmensos brazos retorcida
estrechan amorosos;
así mi cuello estrecha con los tuyos:
que yo a tu cuello en sempiterno lazo,
besándote sin fin, Dórila bella,
quiero ceñir los míos.
[...]
X
No sé qué especie de besos
me sientan mejor: me cuadran
los que en mi boca la tuya
humedecidos estampa.
También los rápidos, secos,
tienen para mí su gracia:
su calor templado suele
penetrar a las entrañas
con los que, puestos en blanco
tus ojuelos, me regalas,
tósigo y bálsamo a un tiempo
el mal que hicieran lo sanan.
Si tus mejillas de rosas,
si tu cándida garganta
y tus hombros y tu seno
sobre los míos descansan,
en tus mejillas de rosa,
tus hombros, seno y garganta
huelgo de ver de mis besos
allí la lívida estampa.
O si con trémulo labio,
lengua con lengua trabada,
extraes el humor, en una
confundiéndose dos almas,
y a cada cuerpo, no suyo,
una y otra se trasladan;
cuando amor está ya dando
las últimas boqueadas,
todos los besos, pausados,
breves, lánguidos me agradan;
ya les dé, ya los reciba
de tu boca resalada.
Mas tus besos con los míos
no han de tener semejanza:
cada cual de su manera
ha de usar, siempre variada.
Y si no acertare alguno
en su vez a variarla,
sea esta ley por ambas partes
rígidamente observada.
Que la vencida, ella sola
tantos y en maneras tantas
dé a la otra, como dieron
y recibieron entrambas.
XVIII
besándote sin fin, Dórila bella,
quiero ceñir los míos.
[...]
X
No sé qué especie de besos
me sientan mejor: me cuadran
los que en mi boca la tuya
humedecidos estampa.
También los rápidos, secos,
tienen para mí su gracia:
su calor templado suele
penetrar a las entrañas
con los que, puestos en blanco
tus ojuelos, me regalas,
tósigo y bálsamo a un tiempo
el mal que hicieran lo sanan.
Si tus mejillas de rosas,
si tu cándida garganta
y tus hombros y tu seno
sobre los míos descansan,
en tus mejillas de rosa,
tus hombros, seno y garganta
huelgo de ver de mis besos
allí la lívida estampa.
O si con trémulo labio,
lengua con lengua trabada,
extraes el humor, en una
confundiéndose dos almas,
y a cada cuerpo, no suyo,
una y otra se trasladan;
cuando amor está ya dando
las últimas boqueadas,
todos los besos, pausados,
breves, lánguidos me agradan;
ya les dé, ya los reciba
de tu boca resalada.
Mas tus besos con los míos
no han de tener semejanza:
cada cual de su manera
ha de usar, siempre variada.
Y si no acertare alguno
en su vez a variarla,
sea esta ley por ambas partes
rígidamente observada.
Que la vencida, ella sola
tantos y en maneras tantas
dé a la otra, como dieron
y recibieron entrambas.
XVIII
[...]
Llega esos tus labios dulcísimos
de mis dolores causa inocente,
a estos mis labios, con que extrayéndome
parte del tósigo de que son pábulo
ya mis entrañas, en amorosa
llama recíproca ardas y goces
conmigo a un tiempo;
(….)
XIII
Lánguido yo, rendido
después de una campaña
amorosa yacía,
yo al tuyo y tú a mi seno recostada.
Todo en mis secos labios
el aire que alentaba
consunto, mal pudiera
dar refrigerio nuevo a mis entrañas.
(…..)
consunto, mal pudiera
dar refrigerio nuevo a mis entrañas.
(…..)
*Fragmentos tomados del sitio web, biblioteca virtual Miguel de Cervantes Saavedra. Los Besos de Juan Segundo (traducción española, inédita, de Juan Gualberto González; Biblioteca Menéndez Pelayo, Santander)
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