Thursday, March 12, 2009

En una antesala rectangular nueve mujeres y tres hombres. Un alto ventanal con cortinas beige y terciopelo rojo, y una duela ideal para un baile, tal como en los salones descritos por Jane Austen. A cada rato los asistentes abrían y cerraban las puertas. Sin pensar que estaríamos horas esperando ahí, me puse a hojear unas revistas oficiales. Al lado mío, dos mujeres platicaban y se les unió uno de los hombres, alto, guapetón y bien trajeado. Las demás mujeres éramos compañeras de trabajo. Una de las asistentes llamó a la pareja. Agoté las revistas y me puse a ver los cuadros en blanco y negro. Quise buscar algo para desarrollar en mi mente, pero nada, todo era resbaladizo. Un tema que platicaban las de junto me llamó la atención, no me pude resistir e irrumpí en su plática, de estar viendo los cuadros a hablar de tiburones preferí lo último a riesgo de que rechazaran mi intrusión, pero no, la señora que era un poco del estilo de Guadalupe Loaeza, bien vestida y maquillada, su bolso y zapatos del mismo color, me miró – para esto, por supuesto que ya me habían tasado: mis zapatos y mi bolsa gastados, mi ropa, mi cabello revuelto y un sin fin de detalles- y me dijo que la película era fuerte pero realista, la otra mujer, amiga suya, de carnes algo magras y de un bonito y adusto rostro, me pareció al principio despreciativa, pero luego me di cuenta que era reticente y sobre todo lacónica, mientras la otra hablaba hasta por los codos, ella en unas cuantas palabras decía lo tenía que decir y punto. Se acercó el hombre trajeado y la mujer le dijo que se sentara, que a su edad ya no mordía, aunque prácticamente lo hizo: le preguntó la edad, su estado civil, dónde trabajaba, nomás le faltó su CURP. Ella era de Orizaba -donde decía que hay muchas familias de dinero-, él había vivido en Guadalajara, y estaba en Xalapa con su amigo por asuntos de negocios. Nostálgica, la mujer le preguntó si conocía a fulanita de tal, quejándose luego de la sociedad xalapeña, para quien no existe más que los Chedrahui –y en esto le doy la razón, Xalapa se debería llamar Xalapa de Chedrahui;es de verse cómo se la apropian entre ellos, y si ponen una nueva tienda o sucursal Chedrahui se auxilian hasta de las señales de tránsito para anunciarse:”Super Che a la vuelta”, independientemente que es triste ver las indignas condiciones de los empleados, a quienes negrean de lo lindo-. Algo que advertí fue que al estar ellos hablando de los dichosos abolengos, el hombre me excluía de la plática. Sonreí, -es algo sintomático entre algunas personas pensar que uno va a utilizarlos como trampolín social, alguna vez en una fiesta alguien me lo hizo sentir con un gesto desapercibido para los demás, y este simple gesto para “colocarme en mi lugar” bastó para comprender cuán estúpidas pueden ser- y a propósito lo miré con fijeza, pero luego me aburrí y les pregunté la hora a mis compañeras. Entonces la mujer que se parecía a la Loaeza volvió al océano y los tiburones y esta vez el hombre me incluyó en su mirada, pero sentí de inmediato cómo populizaba el tema, de nuevo sonreí, la condescendencia es también un clásico. Independientemente de esto, el hombre, aparte de buen mozo, era divertido e inteligente a su manera, y sus ocurrencias nos arrancaron varias carcajadas. Se agotó el tema y el hombre salió de la sala. En eso, la asistente llamó a las dos mujeres. Como una media hora después, entró de nuevo el hombre y se sentó frente a su amigo y junto a mis compañeras, y por igual, las hizo reír, pero ahora hablaba de los sueldos míseros y ante la crisis les aconsejaba poner carritos de hot dog. Era todo un camaleón, pero un camaleón agradable. En eso coincido con la señora de “alcurnia”, que él tendría éxito en lo que hiciera por su don de gentes, por su capacidad de adaptación y transformación; sobrevivencia al fin. Sólo que de mi parte, de haber habido cierta confianza, le hubiera externado ciertas cosas que desafinaban en su buscada “armonía”. Falso, esas cosas no suelen ventilarse nomás porque sí, por eso a veces cuando me atrevo a decirlas sé que peco de entrometida.
En Memorias de una joven formal, si mal no recuerdo, Beauvoir cuando habla de su padre, lo describe como a un pequeño burgués venido a menos, quien trataba a la gente de clase baja con la punta de los pies y reservaba sus finos modales y su gran conocimiento para esos pequeños roces con la clase alta, la cual a su vez lo desdeñaba.
Hace unos días mientras planchaba mi camisa por la mañana, escuché una entrevista que le hacía Loret a Rafael Tovar sobre su novela. Le preguntó si de aquellas familias ricas de principios del siglo XX habían logrado permanecer algunas hasta nuestros días. El dijo que no. ¿Movilidad social?
Por otra parte, no dejo de anotar que un maestro de sociología- muy mamón por cierto, mamón y snob; a todo nos fregó por su santa voluntad en la boleta de primer año poniéndonos 6, pero a sus predilectos, los de dinero y los mancebos guapetones que le coqueteaban, los pasó con 9 y 10- solía decirnos que todo esto de las clases sociales no es más que relativo.Y en eso tenía mucha, pero mucha razón.

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