Creo que ya he dicho que me gusta caminar por las calles céntricas de Xalapa. En algún tiempo me pasó algo como a los personajes de Oliveira y la Maga en Rayuela, dejar todo al azar y en algún punto darse el encuentro. No tengo cámara, si no ya habría subido instantáneas de esos rincones que tanto me gustan. Pero también es cierto que en estos dos años mi visión de la ciudad ha cambiado. Desde que los delincuentes la han secuestrado nada ya es igual. Por ejemplo, lo que se supo de los Zetas, que piden su tajada a los que venden películas piratas, y no contentos van de tienda en tienda aterrorizando a los comerciantes establecidos, que ya con pagar impuestos tienen como para soportar semejante imposición. Supe de un señor que vendía ropa en una banqueta de la Atenas, y que esos señores buenos para nada le cobraban 20 mil pesos. Por supuesto que el señor se quitó de ahí, como dice Juanga, pero qué necesidad. Así que si uno se abre camino entre las calles, ya no puede ir uno tranquilo como antes. En mi caso, podía tomar un taxi a las dos, tres de la mañana, y darme el lujo de cerrar los ojos o pensar en musarañas mientras el taxista tomaba atajos por quién sabe qué caminos. No puedo dejar de notar ahora cómo hay hombres que se apostan en ciertas calles de la colonia y nomás observan el movimiento de los vecinos.
Y sin embargo, esta ciudad es mágica en varios sentidos. Ver la creatividad de jóvenes, cuando se lo proponen, claro. Cenar, por ejemplo, en La sopa, y ver a Damián Alcázar tomando un buen vino-qué daría yo por una sonrisa como la suya-. Tener el placer de platicar con algunos poetas. Toparse en las copias con músicos. Ver a Beverido caminar al otro lado de la acera me puede alegrar el momento. Y bueno, cuando escribo en algún café o ciber, y las ideas fluyen, es para mí simplemente mágico, aunque luego "aterrice" de golpe en esa otra realidad que impera, y que se vuelve a la vez material de escritura.
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