Antier, luego del trabajo, mientras cazueleaba, Mary me contó su sueño. Nos encontrábamos en casa de una tía de Álamo, y en medio de la sala había un féretro y sirios encendidos. Mary se acercó a ver el cadáver: se trataba de la tía. Paralizada, escuchó mis excusas, tenía que hacer un mandado. Ella no quería quedarse sola junto al cadáver y me pidió que no me fuera, pero no le hice caso. Incapaz de soportar la terrorífica soledad, Mary abrió la puerta y permaneció expectante desde la banqueta. Dijo que en ese instante despertó y fue al baño, para después dormir y encontrarse de nuevo en el mismo escenario y en la misma angustiante espera. Por la mañana abrió los ojos sintiendo rencor hacia mí por haberla dejado sola. Le pedí disculpas. Le dije que no suelo dejar sola a la gente, tuve que haber tenido una buena razón, que quizá no regresé en su sueño porque en el mío de esa madrugada-el cual por cierto no escribí- estuve ocupada en salvarme de una explosión.
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