Pedí a unas compañeras de trabajo que me recomendaran un dentista, sobre todo uno que no me hiciera sufrir; y es que en Tampico tuve una experiencia verdaderamente traumática con una dentista que se ensañó conmigo. Las lágrimas me salían al por mayor y ella ni tantito sintió piedad. Es más, hendía más su herramienta. Fue una carnicería: Drama, drama, drama... lo cierto es que soy una miedosa, no quiero sentir dolor, eso es todo, por eso me tardé todos estos meses para irme a sacar una muelita del juicio que parecía el titanic en pleno hundimiento (ah, pero cómo me torturó la condenada) y bueno, también quería esperar otro poquito más porque quería ir a jugar a Córdoba. Quería. Quiero. Le pregunté al doc si podía jugar en tales condiciones. Me recomendó que no. Y no sé, aún no sé.
El consultorio está en la primera entrada de Banderilla. Es pequeño, apenas tiene dos piezas -eso sí llenas de cosas: revistas, librero, fotos familiares, su vitrina- separadas por una mampara tipo vitral.
El dentista es un señor muy afable que sabe lidiar con pacientes miedosos como yo. Le expuse la situación; me senté, vi la famosa lámpara, la jeringa, los utensilios. Me puse tensa. El me puso tres inyecciones. Empezó su trabajo, y a cada instante me preguntaba si me dolía. Como en un jaloneo me dio un dolorcito, le comenté y me puso "otra gotita de anestesia". Es un dentista que analizó el caso concreto como si de cómo escribir una historia se tratase; a ver, a ver, de una muela ruinosa por dónde empezar. Porque lo que piensa lo dice, lo va contando. Ahora vamos hacer esto, ahora aquello. Y así tanteó aquí, tanteó allá. Al principio no veía claro. Hasta que trabajó por el lado de la mejilla, y empezó el jaloneo y la presión, y poco a poco fue aflojando la pieza, haciendo espacio alrededor. Hizo un duro trabajo de muñeca. En un momento de incertidumbre, me dijo que si por último no cedía la muela, tenía la otra opción de extraer la siguiente pieza o de operar, es decir, cortar...¡uy, no¡, para qué dijo eso (lo más seguro es que haya usado una estrategia psicológica, pero resultó), entonces me puse flojita y cooperando, y así fue como al poco rato salió la canija muela con las raíces plegadas y con huesito adentro que tuvo que romper para que lograra finalmente ceder. Todo el asunto tardó como un poco más de una hora, que del muñequeo frenético, al final, ya al extenderme la receta el doctor, vi cómo su mano temblaba ligeramente. Le di las gracias.
En 1998, allá en Tampico, fui con un dentista que me sacó una muela del juicio, y ya había programado extraerme la otra, pero se atravesó la oportunidad de trabajar en Xalapa, y todo lo demás, que ya no volví más a su consultorio. En fin, pienso inútilmente en el dolor que me hubiese ahorrado. Para qué.
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