El 20 de noviembre cumplí 49. Es raro sobrepasar la edad de mi papá. Sé que muchas asignaturas -a su edad- no las he superado, ni creo hacerlo de lo cabezota que soy, pero voy a tratar de hacer mi mejor esfuerzo, eso sí, un sano equilibrio, debo repetirme.
El 19 anduve atareada, y no quisiera dejar de registrar que resentí algunas situaciones que se están dando en esta pandemia, -de lo familiar ni hablar-, sé que soy de ese sector privilegiado que puede trabajar desde casa- al menos hasta ahora-, pero no cierro ni cerraré los ojos ante lo que está pasando afuera, de los muchos que se están arriesgando en su salud para llevar de comer a casa, de aquellos que por salir a trabajar no tienen con quién dejar a sus hijos, quienes solos sortean las clases en televisión, en línea, o como puedan. Por mi parte, observo a nivel familiar, desde un primer plano, tanto la situación de alumnos como de maestros, cómo dan y cómo reciben clases, y puede llegar a ser una locura teniendo casi todo al alcance, pero aquellos que no lo tienen, cómo le están haciendo. Si en otros tiempos uno se dio de topes contra la pared por no comprender algo de una materia, puedo imaginar la desesperación de un alumno, de cualquier edad, ante una clase que no comprende, ya sea la materia o la herramienta tecnológica para mandar su tarea al maestro, o viceversa, el maestro que tiene que revisar exámenes o mandar calificaciones a sus superiores a tiempo, antes de que la plataforma cierre (admiro tu labor y tu entrega, hermana, para que tus alumnos tengan, si no la normal, una experiencia educativa digna), y si un excelente maestro se muestra reacio a dar clases en zoom o en otra plataforma, qué le queda hacer sino sumarse a este arrastre o soltar las riendas. Cómo no sentir que todo nos rebasa, cómo ganarle al tiempo y a las formas, sin que las emociones nos derrumben. Cómo en todo hay dos lados, que deben ser comprensivos, empáticos, ponerse en los zapatos de los otros, mientras que en México ya superamos las cien mil muertes por Covid-19, y los niveles de conciencia son tan desiguales.
En un negocio al cual fui, la dueña que atendía platicaba a su hijo de un comerciante, quien al quebrar su negocio fue a visitarla no para desearle buena suerte en el suyo, sino para decirle que no tardaría igual en quebrar. Hay de todo, y mientras tanto el crimen organizado está ahí, trabajando a gusto, siguen cobrando piso, se nota por la angustia de los comerciantes y por los precios que suben.Y los campos de exterminio, porque lo son, han salido a flote, hay investigaciones de ello, y ojalá que esos periodistas valientes sean premiados por todo eso ese esfuerzo de que la verdad sea conocida. Lo cierto es que esos campos lo fueron y están las fosas también, pero en el presente esos inhumanos siguen trabajando y no se ve que los paren. Es brutal esto que pasa. Este gobierno tiene que redoblar esfuerzos para marcar una gran diferencia con los anteriores en materia de seguridad y corrupción.
Desasosiego, el desasosiego que llega tras la inundación. En esta parte de México no estamos en esa situación, pero me refiero al embate anímico, me pegó eso el 19. Entonces, uno tiene que levantarse nuevamente, pensar que mañana será otro día, y a cargar pilas, sentir los rayos tibios del sol, y emprender nuevos proyectos. Registro y agradezco aquí todas esas muestras de afecto recibidos y digo por igual que es compartido, y que los quiero mucho.
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