Linda madrugada del 13 de agosto, cielo despejado, y aun con luces citadinas pudimos observar en el patio, entre tendederos, la lluvia de estrellas. Bueno, no nos tocó la lluvia, lluvia, como me contó mi mamá que alguna vez le tocó ver de niña y le impresionó tanto, pero me encantó que ellos vieran las "estrellas fugaces"; sobre todo, mostrarles a simple vista esa parte norte del cielo de verano, ubicar la constelación del Cisne o cruz, la de la hermosa Lira, y su estrella Vega, girar el cuello a la derecha y ver a Casiopea sobresalir ya a esa hora -las tres de la mañana- de la barda del vecino, y frente a esa w celestial darnos de topes con Perseo y Andrómeda, y desenmarañar sus figuras. Si miro hacia atrás, me veo en los veranos mirando inúltimente el cielo nublado o rodeada con demasiada luz artificial, así en Tampico, en Álamo o en Xalapa. Esta vez valió la pena el desvelo.
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