fuente: http://www.jornada.unam.mx/2013/03/02/cultura/a04a1cul
Campa y Laborde se opusieron al asesinato de Trotsky
Elena Poniatowska/ II y
última
Valentín
Campa en imagen de abril de 1995Foto Archivo La Jornada
Para José Revueltas, Hernán Laborde, Demetrio
Vallejo, Valentín Campa, Juanito de la Cabada y varios más, ser de izquierda
era una forma de vida ligada a la cárcel, a la persecución, a la clandestinidad.
¿Valió la pena? Los escritores y los críticos literarios de hoy tienen
totalmente olvidado a José Revueltas, quien en 2014 cumpliría cien años.
De Hernán Laborde, no se sabe nada. A la hija de
Juan: Julia Marichal, la asesinaron. ¿Recordará alguien el asesinato del joven
José Guadalupe Rodríguez en los años 20 y el de Joel Arriaga en Puebla, el 22
de julio de 1972? El libro de Valentín Campa Mi testimonio: memorias de un
comunista mexicano, publicado en 1978, reúne textos sobre la lucha
sindical, Cárdenas, el 2 de octubre, los halcones, los charros,
los marxistas, las matanzas y demás horrores, y leerlo deja un sentimiento de
derrota. Sin embargo, cuando entrevisté a Campa unos meses antes de su muerte,
encontré a un luchador, a un líder estoico. A pesar de los años tenía una gran
fuerza. Demetrio Vallejo la conservó también hasta el final de sus días. ¿Qué
es lo que los impulsaba en medio de tanto rechazo, tanta burla, tanta
indiferencia? Supongo que vivían con la esperanza del cambio. Si ahora resucitaran,
el cambio los espantaría, porque hoy los supuestos izquierdistas duermen
calientitos en su cama de oro.
–¿Cómo era el Partido Comunista Mexicano (PCM) en
aquellos años?, porque a veces se tiene la sensación de que se dedicaban mucho
a polemizar, a discutir, al papeleo, pero que no hacían cosas concretas por la
gente.
–No. El Partido Comunista, en menor o mayor grado,
siempre ha tenido un papel importante en la lucha de masas. El partido
intervenía en las luchas importantes y yo participé en la primera huelga
ferrocarrilera, en 1927, cuando ya el partido tenía una fuerte influencia en el
movimiento obrero.
En Tamaulipas encabezamos una lucha de masas muy
desenvuelta contra la causa de Ignacio Morones Prieto. El partido siempre actuó
en defensa de los intereses de las masas; sin embargo, el factor que más afectó
nuestra lucha fue la represión.
–¿Por qué había en el PCM tal adoración por Moscú?
–Fue muy explicable nuestra admiración a la primera
revolución proletaria del mundo y al primer país socialista en el mundo. Caímos
en actitudes subjetivas de admiración a la URSS y en el error de no querer
reconocer las fallas o defectos que tuviera.
“Eso se agudizó con el estalinismo que deformó
mucho las cosas, a tal grado que se pretendía que todo lo que hacían los
soviéticos era lo mejor. También secundábamos lo que hacían los comunistas de
otros países.
Sí. El subjetivismo no es recomendable. Había que
solidarizarse con la URSS en contra del imperialismo, pero sin llegar a los
extremos a los que llegamos. Aquí en México, lo que deslindó las cosas fue el
caso de León Trotsky. Cuando los compañeros europeos acordaron asesinarlo,
Hernán Laborde y yo nos opusimos terminantemente y se nos trató muy mal.
Después nos expulsaron del partido por órdenes de la Internacional Comunista.”
–¿Cuál era la actitud del PCM hacia las mujeres?
–En el Partido Comunista Mexicano actuaron mujeres
muy valientes. Soy de los que sostienen que en este partido, a pesar de la
lucha por la igualdad y por el respeto a las mujeres, aún se les discrimina.
Otra cuestión que quedó pendiente en el Partido
Comunista, fue la de su actitud ante los intelectuales. Una vez que se examinó
el problema, se reconoció que, en general, nunca se había dado un trato
adecuado a los intelectuales. Entre ellos, los que más destacaron en el
partido, fueron los pintores. Era necesario incorporarlos a la lucha obrera con
un trato adecuado y no supimos hacerlo.
“Es imposible que un intelectual se comporte como
un obrero; su ambiente, sus condiciones, sus antecedentes. lo dificultan. El
Partido Comunista le exigía a los intelectuales un trato igual al de los
obreros: que le entraran a las pintas con brocha gorda y que no fueran sólo
intelectuales de pincel. Creo que fuimos ingenuos.
“José Clemente Orozco nunca ingresó al partido,
aunque por su trayectoria estuvo muy relacionado con él.
“A Diego Rivera, a David Alfaro Siqueiros y a
Xavier Guerrero los traté en el Partido Comunista; los tres pertenecieron al
Comité Central.
“Con Siqueiros fue con quien más relación tuve,
porque cuando vine a México a un congreso sindical, en febrero de 1929, en la
Delegación Obrera de Tamaulipas, el congreso eligió a Siqueiros representante
de los mineros de Jalisco, como secretario general de la Confederación Sindical
Unitaria de México, y a mí como secretario de Organización.
“Como dirigentes obreros participamos en luchas
importantes, aunque Siqueiros era bastante inestable. Formamos la Sindical
Unitaria a mediados de febrero de 1929. Juntos luchamos en acontecimientos muy
significativos.
“Luego Siqueiros se enamoró de Blanca Luz Brum y
andaba loco por la mujer. Desatendió por completo la militancia. Precisamente
esa inestabilidad lo condujo a separarse tanto del movimiento sindical como del
movimiento político del partido e irse a Estados Unidos a dedicarse a la
pintura con mucho éxito.
“Su pintura causó escándalo, creció como pintor.
Lamentablemente, cuando regresó ya estaba bajo la influencia de compañeros
europeos para asesinar a León Trotsky. Quienes nos expulsaron del Partido
Comunista Mexicano no fueron los mexicanos, fueron todos aquellos que se
unieron en bola para actuar en el Comité Central y tomar acuerdos. Cuando nos
opusimos al asesinato de Trotsky, Siqueiros decidió el asalto a la casa de
Trotsky, en Coyoacán. Sus planes le fallaron.
“En 1948, cuando luchamos contra las devaluaciones
de Miguel Alemán, estuve en prisión por culpa de los líderes charros del
Sindicato Ferrocarrilero. Salí absuelto al año dos meses, dos años antes del
cumplimiento de mi condena, por falta de méritos.
“Recuerdo bien que Siqueiros me mandó decir que
estaba muy contento con mi salida de la prisión. Me mandó un traje con un amigo
pidiéndome que lo disculpara por no entregarlo personalmente, porque el Partido
Comunista le había prohibido saludarme.
“Estuvimos encarcelados durante el movimiento
ferrocarrilero del 58. Siqueiros y don Filomeno Mata pedían nuestra libertad.
Hicieron una reunión muy amplia para exigir esa libertad, y en vez de dejarnos
libres a nosotros, los aprehendieron a ellos y los metieron en Lecumberri.
“Después volvimos a tener diferencias, porque
nosotros, los del Partido Comunista, acordamos no pedir el indulto al
presidente López Mateos, sino la amnistía política, contra el artículo fascista
145 y el Código Penal famoso, donde los procesos eran por intención.
“Y resulta que Siqueiros solicitó el indulto, López
Mateos se lo dio y fue uno de los primeros en salir.
Lo que sucede es que su situación económica influía
mucho sobre él, su mujer Angélica era muy buena administradora. Él pintaba,
ella vendía. A pesar de que recibió ofertas, se mantuvo firme en el Partido
Comunista hasta que murió. Fue siempre un hombre muy controvertido, pero, con
todo y sus veleidades, fue uno de los hombres más constantes en la lucha
revolucionaria.
–¿Y Pablo O’Higgins?
–Conocí a O’Higgins cuando éramos muy jóvenes;
pertenecía a la Liga de Escritores y Artistas Revolucionarios, la LEAR, que
tenía un local cerca de Santo Domingo. Él era muy querido por todos por su
modestia. Fue un compañero muy constante, muy leal, yo lo quise mucho. Lo traté
bastante y siempre ayudó al partido con su pintura. Nos decía: ‘Compañeros,
tomen este cuadro para venderlo’.
“Al otro que traté mucho, pero en una situación muy
dramática, fue a Diego Rivera. Rivera y Siqueiros pertenecían al Comité Central
y al Buró Político. Yo era muy joven, tenía 25 años, no tenía experiencia ni
conocía bien los problemas, era muy nuevo en el partido, pero me daba cuenta de
que Rivera era un tipo muy farolón; a mí me caía muy mal, porque de repente
cuando había discusiones muy fuertes, sacaba la pistola, la ponía en la mesa y
la comenzaba a limpiar. Además, pintaba con la izquierda y cobraba con la
derecha. En un momento dado, se adelantó a nuestra crítica y se defendió:
“‘Bueno, ustedes están planteando mi expulsión del
Partido Comunista y la acepto: ‘Diego Rivera, miembro del Buró Político del
Partido Comunista, vota por la expulsión de Diego Rivera’. Con lo que no estoy
de acuerdo es con que digan que soy un traidor. No. Yo soy un burgués, tengo
capital, tengo mi casa, tengo recursos, tengo relación con la burguesía y hoy
me regreso con mi clase. Ahora me doy cuenta que traicioné a la burguesía al
venirme al Partido Comunista. Regreso a donde pertenezco. ¿En dónde está mi
traición?” ¡Qué payaso! Un cinismo bárbaro. Se hizo trotskista y Siqueiros
inmediatamente lo señaló, porque la persecución era contra nosotros los
comunistas. Los trotskistas no tenían problema. De esa manera él aparecía como
trotskista, inclusive como ultraizquierdista, y era en realidad un elemento de
derecha. Se camuflaba de rojo.
“Políticamente, Rivera era detestable y lo
demostró; él mismo votó por su expulsión. ¡Y ya ves el derrotero que siguió:
insultó, atacó al Partido Comunista, a Laborde lo calumnió, a Stalin, ni se
diga a la Internacional Comunista! Pasados algunos años renunció y se hizo
antitrotskista y cuando se enfermó de cáncer viajó a la Unión Soviética a
curarse. Y a su regreso al país hizo la apología de Stalin, de la Unión
Soviética y de todo aquello.
“Respecto de su arte, yo tuve mis dudas desde el
principio. El contrato de los murales se lo dio Calles, justo en los días en
que fusilaron a Guadalupe Rodríguez Durán.
“Nunca he sido muy conocedor, no soy crítico, pero
reconozco que Orozco y Siqueiros tenían más méritos. Aunque también a Siqueiros
lo criticamos mucho cuando aceptó que le quitaran a la pintura del Sindicato de
Cinematografistas el número 17 impreso en la portada de un libro. Siqueiros se
defendía diciendo:
‘Yo acepté quitarle el 17, pero todo el mundo sabe
que esa es y sigue siendo la Constitución’.
“Y le dije:
‘No, ya no, porque los que no conocen el problema
podrán decir que el libro pintado es el catecismo del padre Ripalda: el 17 era
lo que le daba fuerza al mural’.
“También traté a Xavier Guerrero; era un tipo muy
especial, muy abnegado, muy constante y muy modesto. Él luchó con nosotros en
todo el periodo de la represión callista, estuvo escondido con nosotros cuando
el partido era ilegal, entre el 29 y el 34. Como miembro del Comité Central
participaba en el área de organización del partido. En esa época asaltaron la
imprenta de El Machete, que habíamos levantado con gran esfuerzo
mediante una colecta nacional.”
José Revueltas
“A José Revueltas lo mandaron a las Islas Marías
como en el 30 o el 31 junto con Miguel Velasco, (El Ratón) Rosendo Gómez
Lorenzo y otros. A Revueltas lo tomaron preso en Monterrey, en una huelga de
obreros agrícolas. Nos tratamos mucho desde jóvenes. Él era militante en la
Juventud Comunista cuando yo vine a México; siempre fue muy activo, muy
discutidor, muy estudioso: buen militante. Cuando asumió actitudes contrarias
al Partido Comunista, discutimos porque él se contradecía.
“La diferencia más grande que tuvimos fue en 1946,
cuando Vicente Lombardo Toledano convocó a una mesa redonda entre marxistas y
yo participé como dirigente del Sindicato Ferrocarrilero y Revueltas
representaba al grupo Espartaco, en el que estaban dos poetas: Enrique González
Rojo y Eduardo Lizalde. Él apoyó a Lombardo Toledano contra nosotros y a mí me
pareció totalmente inconsecuente. Sostenía que nosotros queríamos agrupar
fuerzas marxistas para plantear un régimen distinto al de la Revolución
Mexicana que, según él, todavía estaba en marcha. Le gritamos a Revueltas que
era un menchevique y se enojó. Era muy inestable, a veces tenía actitudes muy
derechistas y de repente, cambiaba y aparecía muy izquierdista; atacaba al
partido por tener posiciones de derecha, reformistas, etcétera.
“Cuando escribió su libro Ensayo sobre un
proletariado sin cabeza me mandó un ejemplar, a pesar de que en el
movimiento comunista me llamaban trotskista y gran aventurero.
“Después del 68, Pepe adquirió un gran prestigio en
la universidad y fui a polemizar con él. Discutíamos fuerte, pero nos
respetábamos. La última vez introdujo en el debate los problemas del Partido
Comunista e insistió en lo del proletariado sin cabeza y yo lo refuté:
El problema es que tú crees que por donde tú andas,
ahí sí hay cabeza, y estás equivocado.
Valentín Campa vio nacer, crecer y morir al siglo
XX. Su compromiso, fundamental en la construcción de una fuerza de izquierda en
México, abarcó la dirección del Partido Comunista, pasando por el Comité
Central del PSUM, y luego la militancia en el PRD. En alguna ocasión un
dirigente alegó que Campa había dirigido el PCM sin haber leído El capital.
Campa confirmó: “No conozco El capital, pero conozco a los
capitalistas”. Hoy Campa espera un reconocimiento; que se le dé su nombre a la estación
de trenes Buenavista. Es lo mínimo que podemos devolverle en agradecimiento por
haber permanecido leal a sí mismo hasta el último de sus días.

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