Cierro otra década con un trago amargo. Recuerdo el poema de Vallejo, el de los Heraldos Negros. Cuánta verdad contienen esos versos. Esos golpes lo dejan a uno mudo. Si hubo una persona que fue fundamental en mi vida en estos más de diez años fuiste tú. Cuidaste lo más preciado para mí, me decía que no tendría nunca con qué pagarte eso. Y paradojas de la vida, por todo lo que vivimos nos distanciamos. Hiciste lo que tenías que hacer y viceversa. Estas semanas me han asaltado muchos recuerdos tuyos, recuerdos de cuando éramos niñas, cuando íbamos al campo y visitábamos al tío, despachabas la tienda y te comprábamos tortas, aguas frescas..., te preguntaba por tus pinturas enceradas, por las muñecas, por los circos que se instalaban en el campo, y cuyos artistas de la tele y empleados iban a comer con tu mamá. Cómo olvidar esa noche del 31 de diciembre de 1999, cuando alzamos nuestros vasos con coca cola y piquete incluido, frente a la Catedral de Xalapa, para celebrar el arribo del año 2000. Eras muy bonita, con un carácter fuerte, pero generosa, y ese rasgo nunca cambió. Abrías las puertas de tu casa y siempre tenías algo que dar al visitante. Pero qué pasa, lo que pasa es la vida, y en algunos casos viene y arrasa. Tengo muchas palabras al respecto que me reservo; todos esos recuerdos tuyos los tengo aquí, en mí. Me conocías, sabes que no soy una perita dulce y ni tú lo eras -qué difícil hablar de ti en pasado, increíble-, y esas pláticas que sostuvimos, esos momentos de concordia y ruptura, adónde irán, no lo sé. Sólo quiero dejar este registro, de eso que significaste para ellos, para mí, y que siempre te llevaremos con nosotros hasta que saltemos esa frágil y definitiva frontera que ahora nos separa.
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