Se terminan mis vacaciones de verano. El sol cae redondito, ayer estaba buscando algo en el cuarto de la azotea, y parecía que estaba en un baño sauna; por cierto, hallé un libro que contiene artículos de "Cuadernos", un material que compré en una librería de viejo en Tampico, y antes de irme a Xalapa pienso releer un artículo sobre el Quijote.
Ya visité a Martha, fui a su casa en bici, por el camino a Jardín. No tuvimos tanto tiempo para ponernos al corriente. Me regaló mangos manila, y la bolsa me desequilibraba en la marcha. Vi un ciruelo cargadito a pie de carretera y bajé de la bici para cortar ciruelas que colgaban de las ramas más bajas. Las comí en el camino.
En Álamo siempre he bebido de dos fuentes, de esa que nutrió mi infancia y adolescencia, y la otra, muy realista, muy cruda, a la cual me resisto y me rebelo, pero existe y no puedo ni debo cerrar mis ojos ante ésta.
También está la melancolía de los 38 años. Siempre he disfrutado la belleza de los atardeceres, pero estas tardes en que he llevado a Madame y JC al campo Chao, ha sido un particular y enorme placer ver cómo se va ocultando el sol; cómo los cambiantes colores y el vuelo de las aves que escenifican el crepúsculo remueven cosas en mí. Pienso que los 38 de hoy son como los 28 en Persuasión. Hay algo sombrío en el último tramo de la juventud, perdida de antemano o a punto de perder. Y la palabra "sombrío", me lleva a que en El amor y la religión (pensé que nunca iba a terminar de leer este librito; lo abrí, creo, en el 2005), Kierkegaard, citando algo de Shakespeare, habla a su vez sobre quien se cura de un amor, y de cómo la crisis estalla en él, precisamente cuando comienza a olvidarse del amado. Son cosas tan intrincadas. Me gustaría abordar más esto, son temas que en verdad me agradan.
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