Te amamos, papá
Los domingos en Álamo eran de levantarse temprano para pelearnos por la tele y desayunar zacahuil o barbacoa. Luego acompañar a mi mamá al tianguis, bajo el sol picante del mediodía , y gorrear revistas o raspas de tamarindo con leche. A veces nos llevaban al Sagitario, al río o a la playa de Tuxpan.
Los domingos discurrían entre ver los partidos de futbol, comer fruta de la temporada, leer en la cama, escuchar la radio, escribir una carta, lavar, planchar, pelear en la mesa por la mejor presa de pollo o cerdo... A veces un aguacero o tempestad marcaban un giro en el estado de ánimo. Por la noche, a misa. Mi mamá nunca nos esperaba, ella quería ganar lugar. Así que por lo regular íbamos presurosos por la Garizurieta, tratando de alcanzarla. Ya en la iglesia, apretujados y con escasa ventilación, no veíamos la hora en que el ritual acabara, entre canciones, la homilía y la comunión veíamos a fulanito o a fulanita de tal y el tiempo se volvía menos denso.
Luego de misa solíamos ir al parque del Ayuntamiento, y de ahí a restaurantes modestos. Recuerdo el que estaba en contraesquina del mercado, donde mi papá solía pedir al mesero un tarro de cerveza fría del vecino bar llamado "El túnel del tiempo". Si restaba dinero, mis papás se apiadaban de nosotros y pedían taxi; si no, mi papá cargaba al que se estuviese durmiendo, y los demás arrastraban los pies por toda la avenida, y quizá una paleta de grosella o de tamarindo nos levantaba el ánimo. Antes del último parpadeo en domingo, previo al caer de sueño, nos llevábamos la imagen de nuestros padres quitándonos los zapatos o acomodándonos la almohada en el lado más fresco. El lunes sería otro día.
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