Esta vez que fui a Álamo, me contó Martha todos los problemas que ha tenido. La beba se puso muy mal, ella misma tuvo que ser hospitalizada. Trabaja, pero el dinero no le rinde y de su pareja prefiero no contar nada, tampoco sobre la posición de la familia, muy respetable por cierto. Cuando alguna vez platicamos de aquel tema de la elección, que ella deseaba una experiencia de vivir en pareja con todo lo que eso implica, vislumbramos ciertas consecuencias. Yo sé que cuando se tiene un bebé todo cambia, que uno no se encierra totalmente, pero hay que brindar cariño, protección; procurar, aprovisionar, en fin. Miro hacia atrás, y siento que si no desfallecí fue porque mi ángel guardián es muy grande. Cuando vi a Martha, supe por qué ella me ha evitado en cierta forma todos estos meses. Apenas si tiene las energías para superar su situación. Ella tiene un hijo adolescente, no es mamá primeriza.
Martha estudió danza y teatro en la Ciudad de México. Somos amigas, amigas, a partir de la secundaria-a la salida solíamos comprar jícamas con chile y pasábamos a las chispas a jugar Pacman-, pero fuimos compañeras en el jardín de niños y en la primaria, estuvimos en los mismos bailables, compartimos la Primera Comunión, eso sí, nunca me uní a ella y a las demás chicas para bailar como Timbiriche o Parchis, porque discutían tanto y se peleaban por quién era Sascha o Yolanda, cosa que me parecía una reverenda tontería. Ella se juntaba con Lourdes y yo con Fidela, Alicia y Yamell. Aún me reprocha que nunca la dejábamos jugar voli con nosotras. Cuando ella estaba en México y yo en Tampico, nos veíamos en las vacaciones. Siempre tenía nuevas cosas, nuevas experiencias qué contarme. Era, es tan distinta en temperamento a mí, tan abierta, tan libre en algunos asuntos, que mi mamá alguna vez me dijo que por eso nos llevábamos bien. No sé. Cuando estoy con una amiga, sé que me vuelvo distinta, no es que pierda mi voluntad, si no que soy más bien receptiva, en ese afán de conocer, de absorber la experiencia del otro; aunque tengo mis límites, en una ocasión con otra amiga, tuve que marcarle el alto cuando me dijo de plano que era una pendeja por x motivo, casi me atraganté de indignación, ella no podía comprender mis razones, no podía ponerse en mi piel. Escribiendo esto, me doy cuenta que por eso terminó nuestra amistad, por la incomunicación. Hubo un tramo de mi vida muy crucial, un proceso que nadie más que yo sabrá cómo lo viví realmente. Y finalmente tomé una decisión, de esas que alteran el curso de una vida. Cuando le dije a esa amiga que entre atender todo (bebé-trabajo-escritura-casa), no iba a quedar mucho tiempo, como en otras ocasiones, para vernos y tomar un café, fue como arrojar piedras a una flor.También en ello tuve parte de culpa; le di la espalda, no pude expresarle cuán agobiada y cansada me sentía por todo lo que estaba atravesando. Además, sucedió más adelante que ella interpretó mal un texto mío y tomó una extraña decisión en su vida. Fin de la amistad. Años después, cuando la busqué para pedir una explicación, ella me lo cobró muy, muy caro; me echó en cara unas palabras mías, que para qué ventilar, sólo sé que malentendió su sentido. De esto hace ya algunos años y hasta ahora me atrevo a escribir sobre el asunto, siempre me detenía porque sentía que era injusto escribir sólo desde un solo punto de vista, lo sigo pensando en cierta forma, pero esto es un blog, no un juzgado. Y no es por nada, pero confieso que aún la extraño, es una mujer inteligente y práctica, y sí, también es muy distinta a mí.
Vuelvo a Martha. No quisiera perder su amistad. Intuyo que no la perderemos, pero sé que está atravesando tiempos difíciles. También entran en juego muchas cosas más: los sueños. No quisiera que ella perdiera el brillo en sus ojos, la alegría de vivir, la emoción del amor. Sí, no hay nada más triste que ver cómo un amigo pierde un sueño. Ojalá que eso no suceda.
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