Mañana vuelvo al trabajo. Cuando escribía el post del 31 estaba tan agotada de hacer mandados que no lograba articular nada, pero lo cierto es que esa noche algunos primos bailamos, platicamos y cantamos (Bita y Nancy me enseñaron unos pasitos de baile norteño, que no terminan de gustarme, pero bueno), y no me dormiría sino hasta las 10 de la mañana.
Después de los excesos- no entré en un pantalón de mezclilla y a fuerza de, rompí el cierre-, trataré de frenar mi gula. No he probado en meses ni una gota de alcohol, tampoco se me ha apetecido fumar, qué aburrida soy, pero siento que no necesito de eso para divertirme, y si se me antoja, pues me basta con una o dos cervezas, un cigarro, música variada que no se estanque en el sonsonete y plática, mucha plática estimulante.
En Álamo no escribí nada, sólo observé y escuché. De una historia que me había contado Tere hace como diez años -la cual quisiera escribir-, me sorprendió que ella no se acordara ya de aquellos detalles que me describiera tan nítidamente. Vi también aquella casa de la esquina, que por años lo que ocurrió ahí ha estimulado mi imaginación; dos cuentos que han ido a la basura por no ser capaz de aprehender en el texto eso que tanto me obsesiona. Son sombras, fantasmas que a ciertas horas me atormentan y cuando vuelvo al lugar de las apariciones no puedo sino prometer que intentaré plasmar una vez más sus formas.
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