Cuatro de la tarde. Atrás de la línea amarilla esperando el metro Taxqueña. Me jacto de arrojada y dejé ir tres viajes. Es un mundo de gente. Arrollas o eres arrollado. Las voces enervantes de los de seguridad, dos mujeres diciéndome que no saben andar en metro. Me gusta el metro con sus correspondencias, con sus azares, pero aún con todo y precauciones, el sentimiento del desborde, lo caótico, la incomunicación, activan mi vértigo, sobre todo cuando pasan los vagones y quedan a la vista los rieles. No puedo dejar de mirarlos mientras siento la vibración de voluntades a mi alrededor. Qué pasará por la mente de aquellos que rebasan la línea amarilla.
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