Ayer, en una tienda de revistas, casi de inmediato tuve marcación personal de una dependienta. Estaba leyendo las contraportadas de unas revistas cuando sentí, como lenguetazo de gato, su mirada sobre mí, y me fui a otro anaquel. Tomé una revista literaria, leí quienes colaboraban, y cuando me dispuse a hojearla para ver si contenía poemas, que se me acerca la chava, y en voz alta que me dice, "disculpa, no se puede leer el contenido de la revista". No fue el hecho de que ella me "quemara" ante los demás lo que me irritó y me hiciera salir ipso facto de ese negocio , sino la tonta política de esa tienda- una de mis preferidas; al menos hasta ayer-. De entrada ya piensan que al hojear una revista uno la maltrata (mercancía magullada, mercancía no vendida) -,consume gratis la información o tiene la intención de robársela. De seguir así, se les va la clientela. Qué van a saber que a veces, en el caso de un contenido literario, una colaboración define si compras o no la revista, hubiera sido desgastante explicarle esto, no a la dependienta sino a la dueña o gerente.
En las librerías entro, cuando no tengo dinero, nomás a mirar y ver las novedades literarias, entonces si me seduce algo vuelvo por ello, y aun cuando ayer tenía un disponible, nada me apeteció en Gandhi, bueno sí, pero sé que puede esperar. Y ahí sí estuve leyendo las contraportadas y me demoré todo lo que quise. Eso sí, tuve que vencer cierto recelo mío contra quienes atienden ahí, pues hace un año hice el pedido de una novela que no tenían en existencia; la conseguirían en la tienda de México. Idiota, pagué todo, y qué paso, que la novela nunca llegó, extravié mi comprobante de pago, y para mi enojo, cuando lo encontré y fui a reclamar la mercancía, me dijeron muy campantes que en los archivos de su computadora no había registro alguno de mi pedido. ¡Qué cosas!
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