Escribo esto en la intimidad de la cocina, con el primer café de la mañana. Veo el sencillo pero significativo altar que levantó mi mamá. Ya pasaron los días de ofrendas y éstas pasan de los muertitos a los muertos de hambre; es la puritita verité.
Hoy me costó mucho abrir los ojos. Pensar que tengo que dormir mañana en una habitación que no logro hacer mía.
El dos, Malena y Bedil nos invitaron a ir a la Camelia. En el camino, apenas a la altura del corazón de Agua Nacida -a medio campo de fut- no funcionó bien el acelerador y nos bajamos del volcho. Bedil revisó el motor: se había roto el chirrión; tenía consigo un acelerador, pero no las herramientas. Unos minutos antes, Bedil le había comentado a Malena que Esme vivía a unas cuantas cuadras de la escuela. Y hacia la casa de ella fuimos. Adelante-atrás quedó la Camelia. Sin planearlo, pasamos unas horas agradables con la familia de la amiga de Malena, quienes fueron muy amables con nosotros, y eso que irrumpimos abruptamente en su escena familiar.
Por más que Bedil y el esposo de esmeralda intentaron colocar el alambre, no lograron nada. Finalmente mandaron a traer cervezas, y esto dio paso a las botanas, a sacar al patio parte de la ofrenda: nueces, tamales, pan de muerto. El hijo menor de Esmeralda, Amaranta y Penélope tronaron cohetes y palomas. Adriana decía: a mí me toca, a mí me toca, Esmeralda le improvisó un carrujo y le acercó la vela para que lo prendiera, y de plano Madame lo tiró indignada, diciendo: ¡Esto no, esto no! Y es que de tonta no tiene nada. En esa distracción mía, JC aprovechó para tronar su primer cohete - yo le había dicho que no arrojara nada-; cuando volteé, miré su gesto de alegría y ya no dije nada. Al poco rato, nos volvimos a sentar todos bajo el almendro, se contaron los chistes, se pasaron de mano en mano las sabritas, y de espaldas al sol que caía, miré cómo el bello tono que tiene el crepúsculo se imprimía de repente en los rostros de Bedil y del esposo de Esmeralda.
Nosotros, que al principio dijimos gracias, ya comimos,terminamos devorando unas riquísimas enchiladas de pipián que hicieron Esmeralda y su hija, y a los niños les prepararon huevito con frijoles y queso. Y todavía ella que nos dice: ¿No van a comer tamales de frijoles y de chile?
En la sobremesa hablamos de muchos temas, entre ellos el del deporte. Nombramos a las chicas que jugaban entonces básquet: Yeyis y Laura Hdz, la China, Amada, Macha, Cristina Vallejo, Malena, Leila, y claro, Esmeralda. Y aquí es donde llegó el momento embarazoso. Todo ese rato la tuve enfrente y no la reconocí. Esmeralda, una chica rubia, menuda, muy agradable, que era sobre todo para mí la amiga de Malena que jugaba muy bien el básquet.La recordé -con el short calzón entonces de moda- trazando con desenvolvimiento sus pases por la cancha. Fue como atravesar en segundos un túnel del tiempo, donde entre puerta y puerta avistaban 20 o 21 años. Y esos segundos fueron eternos y bochornosos, más porque estaba bajo el escrutinio de Esmeralda, quien tomando aquello de buena de manera me dijo: ¿Ya me recordaste?, miré a Malena, quien estaba que no lo creía, como diciéndome,¡Si serás bestia!
Pero volvimos al patio, a la luz de la lámpara de la cocina y de una luna que era envuelta por nubes huidizas por el norte que se aproximaba, y ahí Bedil y el esposo de Esmeralda contaron unos chistes muy buenos: mejor regrese el lunes, o de aquel que escuchó auditorio por auditoría, o el de Vicente Fernández. Finalmente, tras darles las gracias nuevamente, volvimos a casa, a paso lento pero seguro.
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