El gimnasio era rectangular. Al fondo las canchas de voli estaban ocupadas ya por los equipos. Retumbaba el bullicio del juego: gritos, aplausos, silbatazos, choque de balones, suelas rechinando contra la duela. De las ventanas en lo alto la luz caía perpendicular formando recuadros en el piso. En lo que resolvían si iba a jugar o no, caminé con una compañera por el pasillo, y fue cuando lo vi recargado en la pared. Nos miramos con sorpresa; le pregunté qué hacía ahí, me contestó que había viajado por asuntos de negocios. Sonrió y me pareció que para él no había pasado el tiempo. En seguida nos abrazamos. Sentí que por fin había llegado a puerto, cuando alguien tocó con insistencia mi hombro, volteé: era mi compañera, teníamos que reunirnos con las demás. No me despedí de él. Subí a las gradas. Luego sucedieron otras cosas, no poder jugar por estar dada de baja, verme platicar en un vecindario con una joven que no conocía...Pero lo importante de todo esto fue que lo vi, aunque fuese en sueños.
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