A medida que envejecemos y al ir recorriendo mentalmente lo que llevamos de camino, nos aferramos errónea e ilusoriamente -como si fuesen meras tablas de salvación- a ciertas imágenes de nuestras vivencias que rondaron ese estado de ánimo que llamamos "felicidad". No obstante que sin cesar los componentes del cuadro se están modificando, ya se desvanecen o son violentados, congelamos instantes; nos dedicamos a editar imágenes-secuencias de lo que nos arroja la memoria. Es en esta tarea que podemos caer en el afán de adornar o retocar los recuerdos, y aun cuando no suceda esto, algo se agregará de manera inconsciente en el proceso.
No queda más que seguir confiando -o desconfiando-en lo que logre captar nuestra mirada imperfecta, que no abarca el absoluto, que es frontal, sesgada. Confiarnos a nuestros pensamientos que han estado rodando como piedras en nuestra mente. Sin embargo, la otra ventana al mundo que permanece abierta siempre para el que quiera asomarse, es la imaginación.
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