Ayer le di un buen susto a Juan. Tiene razón: una vez le dio dolor de oído y decía que quería treparse a la pared; visto desde fuera, pareciera que el otro dramatiza, que sus gestos no corresponden a lo que está verdaderamente padeciendo. Pero ayer corroboré lo de la pared. Sí, también quería treparme, pero me conformé con estrellar una y otra vez mi puño contra ésta. Y por vez primera repté por el piso.
Estar sometido al dolor es entrar a terrenos colindantes con la muerte. Me encerré en el cuarto oscuro.
Me desespera ese tiempo en que se es esclavo; la incertidumbre mata. Es humillante y resulta vergonzoso, si recuerdo a mi abuela y su modo de enfrentar al dolor. Umbrales distintos. Percepciones distintas.
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